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Se escuchan sonar los columpios

Un domingo, fuimos a jugar un grupo de amigos de la Iglesia a la cancha de nuestra escuela. Cuando llegué al lugar, me asusté porque había algunos niños (hijos de mis amigos) en el área de juegos —como todos sabemos está prohibido que los infantes visiten las escuelas en este tiempo—. Sin embargo, hubo una sensación de alegría y melancolía que no pude evitar. Quiero que imagines esto conmigo en medio de tu escuela: ¿puedes escuchar los columpios sonar? ¿puedes escuchar a los niños gritar? ¿puedes verlos jugar? Sí, justo así. Hace poco más de un año que no escucho a niños jugar en el patio de la escuela. Los patios han guardado silencio, las bancas están vacías y el timbre del receso dejó de sonar.

            Esto es un problema serio. Los niños necesitan ser niños, ellos necesitan jugar. Las consecuencias de este encierro es que nuestros hijos se les ha prohibido jugar y estar en contacto con otros de la forma en que estaban acostumbrados.

            Nancy Carlsson-Paige, una de las expertas en desarrollo infantil, expresó que en medio de este tiempo el juego es más necesario que nunca, afirmando lo siguiente:

“Existen muchas historias de niños con grandes desafíos y traumas que han enfrentado en diferentes etapas de su vida. Lo que los niños están experimentando en medio de esta pandemia no tiene precedentes, ahora más que nunca, necesitan muchas oportunidades de juego imaginativo para ayudarlos a entender los cambios radicales que han afectado tantos aspectos de sus vidas.

Una vez que regresen los niños a la escuela, necesitarán mucho tiempo para jugar y procesar todos los cambios que han enfrentado. Esto les ayudará a recuperar la sensación de seguridad para seguir adelante”

            Cuando entramos en semáforo amarillo en nuestra ciudad, representó una oportunidad significativa para nuestra comunidad educativa. Los espacios deportivos fueron abiertos, los parques disminuyeron sus restricciones y las familias comenzaron a salir. Probablemente, estemos pensando que esas zonas son puntos de contagio fuerte, en efecto lo son, pero quiero compartirte lo que sucedió —no hay dinero que pague lo que nuestros ojos vieron, lo ordinario se volvió extraordinario—.

            Revisando las disposiciones en existencia para espacios abiertos dentro de los lineamientos establecidos por nuestras autoridades, vimos que existían una posibilidad inmensa para reunir a los niños. Comenzamos a convocar a los estudiantes de nuestra comunidad educativa en espacios abiertos para realizar educación física. Las expresiones en sus rostros al ver a otros eran inigualables. Es entonces, donde vimos y reflexionamos la necesidad del ser humano de interactuar con otros; los niños se están acostumbrando a ver personas enmascaradas y parcialmente vemos una privación del juego de una forma recurrente.

            Existen consecuencias considerables al dejar que los niños no jueguen. Angela Hanscom, fundadora de TimberNook —una organización que busca generar experiencias y juegos en el exterior con la finalidad de estar en contacto con la naturaleza y fomentar la creatividad en los niños— y autora del libro “Balanced and Barefoot” ha escrito al respecto de ello. Algunas de estas pueden derivar son el déficit de socialización, desregulación emocional, baja captación de información, baja capacidad de adaptación a entornos, etc.

            Por otra parte, el psiquiatra Stuart Brown refuerza la idea anterior mencionando que en efecto hay consecuencias graves. Dicha privación de juegos, de un marco moderado a severo, en los primeros 10 años de vida, promueve desregulaciones emocionales, incremento de peso, existe una mayor prevalencia de depresión, mal manejo de la agresión o fragilidad, disminuciones en el control de impulsos e inflexibilidad del pensamiento. Lo anterior se ha visto intensificado en los últimos meses y para ello propone que los niños jueguen en el exterior para conectarse y reparar el trauma colectivo.

            La Universidad de Leed Beckett publico un artículo llamado “The Healing Power of Play: Therapeutic Work with Chronically Neglected and Abused Children” el cual muestra un estudio con 16 niños abandonados que vivían en una sala de hospital —los resultados son muy reveladores para el tema del cual hemos venido leyendo—. Tras permanecer una gran parte de su vida en una cama y no tener interacción con los otros, nunca se genero una relación interpersonal entre ellos. Al exponerlos al proyecto, el cual se dirigía a jugar en espacios abiertos, los niños generaron un cambio dramático, mejoraron su interacción social, mejoró la comprensión del niño con su entorno, sus habilidades motoras gruesas se vieron mejoradas y las finas por tanto se fortalecieron y el juego creativo se incremento. Esto llevo a formar a niños activos y plenamente comprometidos. En efecto, lo que propone la universidad es no restringir la interacción, concluyendo que, en un sentido real, estos sanaron mientras jugaban unos con otros.

            La única parte donde los niños tienen un completo control sobre su mundo es cuando juegan. Todos nuestros estudiantes e hijos merecen jugar, tanto pequeños como grandes, deberían tener la oportunidad de jugar durante este tiempo de pandemia.

            En este sentido, debemos impulsar y priorizar las oportunidades de juego para avanzar en casa y escuela con el objetivo de renovar y fortalecer nuestras relaciones y aprendizaje. Los niños necesitan tiempos prolongados de juegos para fortalecer sus necesidades socioemocionales. No sacrifiquemos su tiempo de recreo y juego. Si se le niega esta oportunidad no podrán aprender y desarrollarse plenamente.

J. Uriel Flores Escobar

Director Ejecutivo de Instituto las Américas de Parral

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