El compromiso como padres, nos lleva a investigar cómo ayudar a nuestros hijos en diferentes áreas de la vida. Y las emociones, resultan uno de los aspectos más importantes, pues queremos tener herramientas para formarlos de la mejor manera posible.
Las emociones han sido conceptuadas desde la perspectiva de psicólogos, comunicólogos y educadores. Cada uno de ellos, aportan sus términos y enfatizan en la adaptación, la cual da como resultado habilidades sociales (comunicación, empatía, respeto, solo por mencionar algunas).
Si bien, siendo profesionales o no, cada padre de familia busca mejorar las condiciones de vida de sus hijos, y es un anhelo genuino y verdadero. Sin embargo, podemos toparnos con muchas interrogantes, como: ¿qué necesito conocer acerca de las emociones infantiles?, ¿qué sucede en el interior de mi hijo?, ¿cómo puedo ayudarle a autorregularse? o ¿cómo no fracasar en el intento?
Un aspecto que debemos tener en cuenta es que,en la medida en que nos involucremos con nuestros hijos y sus emociones, afectará de manera directa la comprensión que tengamos de ellas.. Si yo me involucro activamente con mis hijos, afecta. Si yo me rehusó a pasar tiempo con ellos, afecta. Es por esta razón que los niños, muchas veces, buscan la atención de sus padres o cuidadores, mediante conductas de agresividad, gritos; se vuelven retraídos y sin confianza para manifestar los sentimientos que sienten; baja en el aprovechamiento escolar; falta de interés en cualquier tipo de aprendizaje o la sobre estimulación en algún ámbito que ellos reconocen que para los padres es importante.
Iniciamos con la premisa de «Quiero que mi hijo se porte bien delante de la gente»
O «Quiero que mi hijo me obedezca a la primera llamada de atención o la primera vez que le doy una instrucción». La pregunta aquí es: ¿qué tanto tiempo estoy dedicando a la formación de mis hijos?
Podemos observar que este tipo de escenarios demuestran en papá o mamá cierto orgullo al no querer ceder el tiempo porque «la agenda es muy apretada», pero sí quiero que se comporten con base en mi estándar de «buen hijo», «obediente».
Lo primero que se debe erradicar, es el orgullo del corazón y ceder ante la necesidad de alguien que está bajo mi tutela, mi protección, amor y dirección.
Hay estudios que demuestran, que existen mejoras impresionantes en el comportamiento de los niños (enfatizando en su rol de estudiantes), cuando han recibido aprendizaje social y emocional en casa. Este mismo estudio afirma, que un niño de dos años es capaz de reconocer las emociones aún antes de poder mencionarlas por nombre; lo cual nos revela que la enseñanza de la inteligencia emocional desde pequeños, es parte fundamental de su bienestar personal y aun del éxito en la vida.
El juego, es una parte importante en el desarrollo emocional y social del niño, en él desarrollan la empatía y la colaboración. Al permitir estos tiempos de manera regular, o entrelazados de manera natural en la vida cotidiana, nos permite trabajar poco a poco y aumentar la capacidad de autorregulación de los niños, con base en el reconocimiento de las emociones propias y en las personas que le rodean.
Por lo tanto, la actuación del adulto es clave y decisiva, es el mediador y el motivador que los pequeños necesitan. Es aquí donde yo (como papá) puedo disfrutar de la formación.
Conociendo estos puntos, surge la siguiente pregunta: ¿ahora qué hago?… ¡Manos a la obra!
Las emociones infantiles, son frágiles, cambiantes y en ocasiones transitorias. En el inicio de la vida, cada niño está enfrentando, por primera vez, el conocimiento y la experimentación de ellas, por lo que necesita que el adulto lo acompañe a aprender sobre ellas y así poder aprender a autorregularse. A continuación, veremos algunos puntos que nos pueden ayudar a abordar estas problemáticas:
1. Quédate con tu hijo en medio del berrinche, espera en silencio y cuida su integridad física; cuando esté más tranquilo pide un tiempo para hablar acerca de lo sucedido, y oriéntalo para que vaya expresando lo sucedido. Llega a un acuerdo, muéstrale que puede respirar y hablar acerca de lo que siente. Si rompió o derramó algo, muestra la consecuencia de los actos y motívalo para que lo solucione.
2. Cuando tenga miedo, llévalo de la mano del Evangelio, a confiar en Cristo. Pueden hacer juntos una pequeña oración dirigida a Dios pidiendo paz al corazón. Permítele llorar si es necesario y mantén tu presencia lo más cerca de ser posible (de la mano, en los brazos). Muestra el mismo cuidado de Cristo a través de tu persona como papá o mamá.
3. El enojarse es parte del proceso, permite que lo haga, pero cuida que no agreda a nadie más (incluyéndolo a él). Llévalo a reconocer su enojo y trata de que vaya disminuyendo (darle espacio, ayudarlo a respirar. Si tiene edad llevarlo a un costal de box o almohada para que pueda desfogar su emoción). Al terminar, dialoguen de lo ocurrido y ayuda con interrogantes para llegar a una solución: si se cayó un juguete, levantarlo; si alguien no quiere compartir, ayudarlo a comprender que si no quieren compartir, él puede jugar con lo que sí se le compartió y ser agradecido por lo que tiene para jugar.
Es importante, cuando sientas que no puedas, como papá, alejarte un momento, respirar, y orar a Dios para que te dé dirección. Ya más tranquilo puedes intervenir en el ambiente de tu hijo.
«La respuesta amable calma el enojo, pero la agresiva echa leña al fuego». Proverbios 15:1.
El niño va aprendiendo acerca de sus emociones y sabe que cuenta contigo en todo momento, en quien encontrará dirección, apoyo y guía.
Invertir en la formación de nuestros hijos, no supone un costo monetario, pero sí de presencia, disposición y renunciar al yo, para construir a otra persona.
Referencias bibliográficas:
- La educación de emociones básicas en niños y niñas de dos años, Josefina Lozano Martínez y Elena Vélez Ortiz.
- Revista digital para profesionales de la enseñanza (Enero, 2011), Federación de enseñanza de CC. OO. de Andaucia.
- Controle sus emociones (2010), H. Norman Wright.