Dulces sueños

Los doctores nos lo dicen, los maestros lo repiten, la lógica lo dicta; entonces, ¿por qué seguimos siendo desordenados con el sueño? ¿Por qué los niños siguen yéndose a la cama a la medianoche si al otro día deben despertar a las 7? ¿Por qué nosotros los adultos tenemos menos de seis horas de sueño y decimos que no importa? 

Quizá necesitamos escuchar a los científicos. En su libro Cómo aprendemos, Stanislas Dehaene comparte que entre los descubrimientos neurocientíficos más importantes de los últimos treinta años está el siguiente: dormir no es un período de inactividad, sino el momento en que nuestro cerebro está más activo, pues repasa los eventos más importantes del día y los transfiere a los compartimentos más importantes de nuestra memoria. 

En otras palabras, si queremos aprender más, debemos dormir más. ¿Por qué? Porque cada noche nuestro cerebro consolida lo que aprendió durante el día. 

Dos psicólogos americanos, John Jenkins y Karl Dallenbach hicieron el siguiente experimento: enseñaron a un grupo de estudiantes sílabas al azar; unos antes de dormir, otros por la mañana. El resultado: lo que se aprendió en la mañana se olvidó con rapidez. Por otro lado, lo que se aprendió a medianoche permaneció, si por lo menos los alumnos dormían unas dos horas. 

En otro experimento, un grupo de israelíes demostró que el sueño provoca aprendizaje adicional. Durante el día, los voluntarios aprendieron a detectar una barra en un punto específico de la retina. Después de varias horas, su aprendizaje se estancó hasta que ¡se fueron a dormir! Por la mañana, su actuación mejoró. 

La cantidad y la calidad del sueño afectan, pues por la noche los circuitos neuronales que usamos el día anterior se reactivan. Por ejemplo, después de jugar Tetris durante horas, se escaneó a los jugadores durante la noche siguiente. ¡Literalmente alucinaban una cascada de figuras geométricas en sus sueños!

Por lo tanto, si el sueño y el aprendizaje están relacionados, ¿por qué no dormimos más? Probablemente porque, entre otras cosas, somos desordenados. Por dicha razón, debemos establecer con nuestros hijos una rutina antes de dormir. Permite que te comparta un poco de mi experiencia con mis propios hijos, y si te son útiles estos consejos, ¡son tuyos!

Niños en preescolar. Cuando mis hijos cursaban preescolar, organicé que después de la escuela y de un almuerzo ligero, mis hijos tuvieran una siesta. No necesariamente tenían que dormir. Sólo les pedía que se recostaran en su cama y les ponía libros alrededor. No podían tener aparatos electrónicos y procuraba que hubiera silencio. A veces, cuando me asomaba, ya estaban dormidos. En otras ocasiones, los veía mirando libros solamente. Lo cierto es que las siestas les daban una pausa necesaria para seguir aprendiendo por las tardes. Por supuesto que esto debe ser un hábito para que funcione, más que algo ocasional.

Niños en primaria. Los maestros y especialistas sospechan que los elevados números de hiperactividad en los niños se deriva de una falta crónica de sueño. Esto no niega los desórdenes genuinos que muchos niños experimentan por diversas causas, pero pudiera ser que la falta de sueño reparador afecte las distracciones. Por lo tanto, ¿cómo ayudar a que tu hijo descanse? 

Crea una rutina. Cuarenta minutos antes de la hora deseada para que tu hijo duerma sus ocho horas o más (lo que depende de tus horarios familiares), lleva a que tu hijo haga las mismas cosas, de la misma manera, noche tras noche. 

En mi casa la rutina luce así: empezamos con el baño, luego el lavado de dientes, seguido de un tiempo de lectura. Hemos ido cambiando la estrategia de los libros según la edad. Hemos leído una Biblia infantil, cuentos clásicos, biografías, historias seriadas, hasta la Biblia directamente. Lo importante es hacerlo siempre, aunque sea diez minutos. El tiempo de lectura no sólo crea un lazo afectivo, sino que ayuda a que el niño comience a descansar de estímulos visuales, y al mismo tiempo pone en marcha procesos cognitivos importantes. 

Una vez que arropo a mis hijos, oramos juntos, apago la luz y les deseo buenas noches. No siempre funciona. Hay días que, durante la noche, precisamente, surgen conversaciones interesantes o los chicos expresan sus más grandes miedos y preocupaciones. Sin embargo, me han brindado la perfecta oportunidad para ayudarles a manejar sus emociones y conocer más de ellos. 

Por otro lado, para esta rutina hay excepciones los fines de semana en que pueden dormir un poco más tarde, o donde no siempre leemos cuentos, o a veces, por necesidad, hacemos las cosas en un orden diferente. Sin embargo, en días de escuela, la rutina no es negociable. ¿Por qué? Porque los niños necesitan dormir y, seguir paso tras paso, les ayuda a comenzar a relajarse y prepararse para el descanso.

Adolescentes. Tengo un adolescente en casa y las cosas cambian. Ellos comienzan a buscar su independencia y tomar sus propias decisiones. Sin embargo, aunque la rutina ya no luce tan estricta, seguimos pidiendo ciertas cosas que, nuevamente, no son negociables. La principal es que no debe tener aparatos electrónicos encendidos después de cierta hora. No más pantallas. ¿Qué puede hacer? Leer un libro. Y después, a cierta hora, en la que él participó también para llegar a un acuerdo, las luces se apagan. Incluso en fines de semana, la regla de pantallas no se elimina, pues reconocemos como padres que pueden perjudicar su descanso. 

Zapatero a tus zapatos. Sin embargo, debo confesarte el secreto más importante de todos: tú mismo. Para poder ayudar a mis hijos, tuve que reconocer que yo misma tenía pésimos patrones de sueños. Carecía de rutina y, sobre todo, de convicciones. Creía que no necesitaba dormir tanto, o que a mí no me afectaría como a otros, hasta que empecé a notar que mi rendimiento era menor cuando no descansaba y, principalmente, cuando me humillé y escuché a los expertos. Leer los estudios sobre la importancia del sueño y los patrones saludables de mucha gente exitosa me hizo recapacitar. 

Necesito dormir. No soy un teléfono que con unos minutos cargándose funciona. Soy un ser humano al que Dios creó con la necesidad de dormir porque no es tiempo perdido, sino todo lo contrario: tiempo que invierto en que mi cerebro se renueve, mi cuerpo se regenere y mi espíritu conecte con Dios. 

¡Sí! Aunque no lo creamos, el sueño es un momento también espiritual, donde suceden cosas que fortalecen nuestra relación con Dios. David lo sabía y por eso dijo en el salmo 4: «Reflexionen durante la noche y quédense en silencio». Y concluye: «En paz me acostaré y dormiré, porque solo tú, oh Señor, me mantendrás a salvo». 

No privemos a nuestros hijos de la belleza del descanso, ni nos perdamos de la oportunidad de oír a Dios, pensar en Dios, soñar con Dios y conectar con Dios en el silencio de la noche y durante un sueño reparador. El sueño es uno más de sus muchos regalos. ¡Démoslo a nuestros hijos y gocémoslo también!

Compartir:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Nombre *
Correo *
Teléfono *

¿Ya conoces nuestro Blog LAM?

¡Regístrate a nuestro Newsletter y obtén envío gratis!*
Nombre *
Apellido *
Ciudad *
Teléfono *
Correo *

*Aplica solo para la república mexicana.
Ingresar