Dile adiós a la prisa

Cuando un joven pastor se mudó a Chicago, llamó por teléfono a su mentor en busca de dirección. ¿Cómo podía tener salud espiritual? Después de contarle sobre los ritmos de su vida familiar y cómo su trabajo crecía a pasos agigantados, se escuchó una pausa del otro lado. 

Finalmente, su mentor respondió: «Debes eliminar despiadadamente la prisa de tu vida». 

El joven pastor, llamado John Ortberg, anotó la respuesta y preguntó: «¿Algo más?». Su mentor, Dallas Willard, hizo otra larga pausa antes de decir: «Nada más».

Tanto John Ortberg como Dallas Willard han escrito artículos y libros sobre la importancia de las disciplinas espirituales y los ritmos de la vida, y me parece que su consejo encuentra un lugar muy acertado en el corazón del educador que desea tener éxito. 

¿Qué es el éxito educativo? Podríamos definirlo de muchas maneras, pero se me ocurre que un educador exitoso es el que no sufre un desgaste físico y emocional, o se empieza a enfermar antes de los cuarenta años. Un educador exitoso es quien logra que sus alumnos aprendan y maduren, se desarrollen y utilicen sus habilidades natas. Un educador exitoso graba en sus alumnos los valores universales y los conceptos básicos de las materias. 

Sin embargo, uno de los enemigos silenciosos de todo educador es la prisa. Prisa porque los alumnos aprendan para avanzar en el temario. Prisa por construir relaciones. Prisa por conseguir números y estadísticas. Prisa porque nuestros horarios están saturados, tanto los escolares como los personales.

Como en el cuento de Octavio Paz, vivimos así: «A pesar de mi torpor, de mis ojos hinchados, de mi aire de recién salido de la cueva, no me detengo nunca. Tengo prisa. Siempre he tenido prisa. Día y noche zumba en mi cráneo la abeja. Salto de la mañana a la noche, del sueño al despertar, del tumulto a la soledad, del alba al crepúsculo… Cambio de traje, digo adiós al que fui, me demoro con el que seré. Nada me detiene. Tengo prisa, me voy. ¿A dónde? No sé, nada sé excepto que no estoy en mi sitio». (Prisa, Arenas Movedizas, 1949).

¿Te identificas con el texto? Por esa razón, John Ortberg nos recuerda que la prisa no es un horario desordenado, sino un corazón desordenado. 

¿Qué tipo de corazón necesita un educador? Uno que avance al compás del de sus alumnos. Uno que disfrute cada minuto, cada hora, cada día. Uno que atesore la etapa de desarrollo de sus alumnos. Uno que aprecie su propio tiempo y edad, y que disfrute las canas a la par de las arrugas. Uno que viva el presente y anhele el futuro con serenidad. Uno que no se rija por las manecillas del reloj, sino por los ojos atentos e inquietos de sus pupilos. Uno que se detenga a abrazar y recibir un abrazo, a reír hasta las lágrimas y a llorar hasta el alba.

Pues la prisa, también nos dice John Ortberg, es fundamentalmente incompatible con el amor. No podemos amar a quien no conocemos, y no podemos conocer a nadie con la primera taza de café compartida. Se necesitan muchas tazas de café, o recesos con emparedados y trozos de manzana, para conocer a una persona, sea un contemporáneo o un pequeñito. 

De hecho, los educadores contamos con una ventaja: las muchas horas que pasamos con nuestros alumnos. ¿Y sabes? No hay prisa. Podemos crear tiempos para conversar con cada uno de nuestros alumnos. Podemos agendar o buscar esas oportunidades inesperadas y no planeadas para enterarnos sobre sus alegrías y sus miedos, sus gustos y preferencias. Si hoy no aprendieron a pedir prestado en la resta, quizá mañana. Si hoy no disfrutaron la lectura, no por eso vamos a desistir. Gota a gota, palabra por palabra, podemos formar el hábito. 

¿Cómo saber si vives con prisa? ¿Puedes detenerte a leer este artículo con tranquilidad, sin interrupciones, no vagando por la página para ver cuándo termina y pasar al siguiente estado de Instagram? ¿Vives agitado por el reloj y por cumplir con tu lista de pendientes? 

Terminemos con la sobria advertencia de Octavio Paz en su cuento Prisa: «Todo lo que me sostiene y sostengo sosteniéndome es alambrada, muro. Y todo lo salta mi prisa… Doy las gracias y me largo. Sí, el paseo ha sido muy divertido, la conversación instructiva, aún es temprano, la función no acaba y de ninguna manera tengo la pretensión de conocer el desenlace. Lo siento: tengo prisa. Tengo ganas de estar libre de mi prisa, tengo prisa por acostarme y levantarme sin decirte y decirme: adiós, tengo prisa».

Por esa razón, elimina la prisa de tu vida. 

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Una respuesta

  1. He dedicado cuarenta años a trabajar en la educación secular, y ahora que me jubile, deseo incursionar en este sistema de educación, asisto a una iglesia cristiana y me gustaría mucho educar a adolescentes en el ámbito cristiano.

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