Despertares en la educación

Cuando uno de mis sobrinos declaró que no pensaba seguir estudiando, los adultos alrededor de la mesa nos paralizamos y de inmediato sugerimos las muchas razones por las que la escuela debía continuar en sus planes y proyectos. Seguramente puedes pensar en algunas de las que mencionamos, como la posibilidad de tener un buen empleo y asegurar su futuro. Sin embargo, existe una razón que quizá pasamos por alto porque no parece tan práctica, pero que puede ayudarnos a comprender la importancia de la educación. 

Cuando era adolescente, se pusieron de moda las películas de zombis. Un zombi, según dice el diccionario, es una persona atontada o un muerto viviente. Tristemente, en esta vida muchos parecemos sonámbulos. En otras palabras, hacemos todo mecánicamente, sin pensar ni reflexionar.

Por ejemplo, votamos por el partido de moda sin saber qué propone. Compramos los productos que todos adquieren sin antes evaluar su calidad y utilidad. Escuchamos la música del Top Ten, no porque nos parezca agradable, sino porque no nos queremos quedar atrás. Además, miramos series televisivas que no aportan mucho, pero que tampoco ofrecen mayor esfuerzo. 

Aun así, todos seguramente hemos experimentado uno o muchos despertares. Podemos señalar un día, una hora o un segundo en el que nos detuvimos para reflexionar: ¿Por qué oigo tal o cual canción? ¿Por qué debo o no debo votar por este candidato? ¿Por qué estamos en esta situación de ignorancia? 

Quisiera llamarles momentos «ajá», en los que alguien pareció pellizcarnos y sacudirnos. De repente, nos dimos cuenta de quiénes somos o qué tenemos, qué añoramos y qué carecemos. Lo podríamos resumir como un momento de autodescubrimiento. 

Este instante fue precedido o seguido por un segundo descubrimiento: el del mundo que nos rodea. Comprendimos cómo funciona una máquina o enlazamos la historia patria con la personal. Quizá las matemáticas nos alertaron sobre nuestras finanzas personales o la biología nos conmovió a ser más compasivos con el trato a los animales.

Y es que de esto se trata la educación: de conectar los puntos y hacer que, de la nada, digamos: «ajá». En palabras bíblicas, finalmente tenemos ojos para ver y oídos para oír. Esto no implica que antes no escucháramos, pero no entendíamos. Tal vez veíamos, pero no observábamos.

¿Y cómo despertamos? Mediante:

Las grandes obras. Cuando nos enfrentamos a ideas diferentes a las nuestras, o cuando nuestras ideas son validadas por las de alguien más, nuestro entendimiento se alumbra. Es por eso que debemos escuchar la bella música clásica y leer las grandes obras literarias, o pararnos delante de los grandes edificios para así detectar el ritmo interno y experimentar ese momento en que la luz penetra e ilumina el corazón.

La curiosidad. Cuando nos hacemos preguntas y tenemos el interés por buscar las respuestas, abrimos los ojos a algo nuevo. La curiosidad va de la mano con el asombro, pero no podemos asombrarnos si primero no tenemos una pregunta en la mente. Por eso, debemos invitar a los por qués, los cómos y los dóndes, tanto los propios como de los demás, y luego disponernos a investigar las respuestas.

Las experiencias. Las resoluciones más certeras seguramente han provenido de las experiencias, buenas o malas, que hemos tenido que enfrentar. Nuestra reacción ante las circunstancias nos lleva a despertar y adoptar un cambio. Malcolm Muggeridge escribió: «Cada suceso, grande o pequeño, es una parábola por medio de la cual Dios nos habla; y el arte de la vida consiste en entender ese mensaje».

Sin embargo, también hay, por lo menos, dos obstáculos a los despertares. En primer lugar, está el miedo. Miedo a no ser como los demás. Miedo a ser señalados. Miedo a perder el control. Miedo a cambiar nuestra visión del mundo. Miedo a crecer. 

En segundo lugar, está la incomodidad. Nos sentimos más tranquilos siendo zombis porque nadie nos exige nada, ni caminamos por arenas movedizas. Tristemente, olvidamos que esto implica que andamos medio muertos, es decir, que no hemos despertado totalmente y no vivimos plenamente.

Por supuesto que a los gobiernos y al enemigo de nuestras almas le conviene este estado catatónico. Qué fácil es controlar a los zombis que, en realidad, no son más que esclavos del otro. Pero nosotros hemos sido llamados a la libertad y a una vida plena. No podemos permitir este adormecimiento. Y nosotros, padres educadores y maestros, debemos evitar a toda costa caer en esta trampa. Nuestra meta es despertar y ayudar a que otros despierten por medio de la educación.

En la película «Despertares» de 1990, Robin Williams interpreta al Dr. Malcolm Sayer, personaje basado en el Dr. Oliver Sacks, quien trabajó en el Bronx con un grupo de sobrevivientes de la enfermedad del sueño llamada encefalitis letárgica.

Durante décadas estos pacientes no pudieron moverse ni hablar por sí mismos. Sin embargo, el Dr. Sayer creía firmemente que, aunque no hablaban ni se movían, por dentro estaban vivos. Así que comenzó a experimentar con una nueva droga y uno de los pacientes despertó. Se asombró de las pequeñas cosas como la brisa de un ventilador o la posibilidad de lavarse los dientes. Tristemente, la droga falló. El paciente regresó a su adormecimiento, pero el equipo médico aprendió que, lo que importa, es decir, la amistad, la familia y las cosas sencillas, tienen el poder de hacernos despertar nuevamente.

Qué gran privilegio tenemos todos los que estamos educando. ¿Has observado el brillo en los ojos de un niño que de repente comprende cómo realizar una suma o que capta que Benito Juárez fue una persona real o que descubre la fórmula química de un elemento? ¿Has sido testigo del enamoramiento de un chico con la literatura mediante ese primer libro que le permitió viajar y vivir bajo la piel de un personaje?

Deseo que mi sobrino jamás deje de estudiar y viva una serie de constantes despertares en la escuela, pero también en casa. Pues, a final de cuentas, tú y yo seguimos despertando cada vez que leemos un buen libro o creamos algo con nuestras manos o, en palabras de Muggeridge, cuando descubrimos el mensaje de Dios en los sucesos de nuestras vidas. No dejemos de estudiar; anhelemos esos despertares; no seamos zombis, sino seres vivos que ayudan a otros a tener momentos «ajá». 

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