Trabajando en comunidad

Estos últimos años, hemos vivido una realidad un tanto desalentadora. La humanidad se ha visto envuelta en una pandemia de salud la cual nos obligó a separarnos e incluso a temerle a la interrelación. 

Debido a esto, la sociedad comenzó en una dinámica solitaria, acostumbrándose al aislamiento y al trabajo individual. El contacto social se convirtió en una opción, dejando de lado la vital necesidad de relacionarnos y depender unos de otros. Lo cual, también, nos ha llevado a caer en la tentadora sensación de que no necesitamos a muchos para poder sobrevivir, pues logramos superar retos y dificultades, de forma personal.

Lamentablemente, esto se permeó al trabajo como colectivo escolar. Al estar dando clases desde casa, el valor de la comunidad se fue disolviendo con el paso del tiempo. Cada maestro vivía una serie de circunstancias que resolvía en solitario: materiales, dinámicas de grupo, estrategias para zoom, etcétera. Se concretaban desde el aislamiento y, rara vez, se compartían o discutían para una mejor respuesta. 

Sin embargo, esta práctica no es sustentable. Escuela significa hacer comunidad. Significa trabajo en equipo y necesita, fundamentalmente, de la mayor cantidad de ojos y manos para su desarrollo. Como sistema, desarrollar en nuestros alumnos el trabajo en equipo y comunidad, depende tanto de cómo sus maestros lo desarrollen en ellos mismos. 

Es urgente que, como instituciones o como padres educadores, impartamos a los alumnos esa satisfacción que trae convivir y, de verdad, hacer una sociedad que vea al colectivo como una forma de vida y no solo como una respuesta ante la dificultad. 

Jesús mismo estableció un modelo por el cual todos y cada uno de nosotros somos piezas claves dentro de este engranaje. Cada uno haciendo su función, pero respaldando las tareas de otros, así como cubriendo las carencias propias y ajenas. 

La iglesia primitiva adoptó este estilo de vida y suplía, en todo tiempo, aquello que hacía falta. Veían unos por otros y sabían que, al cubrirse y ampararse, estaban haciendo lo que Jesús les mandó. Y no se trataba de comunas hippies, en donde todo era solo estar bien, sino que existía una preocupación real y genuina por el bienestar general. Esa fe genuina y ese amor no fingido eran el actuar normal de la iglesia, llevándolos a ser fuertes en el momento de persecución. 

Hechos 4: 32 – 36 manifiesta la manera en que se desenvolvía la iglesia, haciendo una comunidad compartida, generosa y admirable, de la cual tenemos mucho que aprender. (Lee el pasaje en: https://bit.ly/3W9ApEY)

Actualmente, es posible (y extremadamente necesario) mover a nuestras generaciones hacia una vida en comunidad. 

Para lograrlo necesitamos primero fe, pues saber con certeza que el Espíritu Santo está a nuestro lado y nos dará la capacidad de amarnos de la manera en que Cristo nos ha amado, forjará el vínculo perfecto; pero también una consciencia profunda de a lo que queremos llegar: Una sociedad que ve más allá de sí mismos y procura el bien de todos, que ama a su prójimo y que vive intencionalmente a favor de los demás. 

Como escuelas podemos construir comunidad con acciones concretas, simples y ejecutables.

Dentro de nuestro colegio realizamos actos que permiten que, tanto papás como alumnos, se sientan parte de la comunidad. Algunas de ellas son: 

  • Comunicación efectiva: es la que se da de ambos lados, no solo de manera vertical, sino que se procura que todos expresen sus ideas y necesidades. Esto implica también saber escuchar. No se trata que la escuela ordene y los papás respondan. Se trata de dar el lugar a cada uno, según su valor, el cual Dios ha establecido.
  • Enseñar a los niños a negociar. Si esperamos que los alumnos sean sumisos y obedezcan sin pensar, no estamos honrando su valor, sino que estamos aplastándoles. Hacer comunidad es tener la oportunidad de establecer límites, reglas y definir que todas nuestras opiniones valen lo mismo, a pesar de nuestra edad o posición. Esto, claro, dentro del respeto y seguimiento de normas.  
  • Preocupación real: cuando un alumno o maestro falta, siempre estamos al pendiente de la razón. Llamar por teléfono para saber cómo se encuentran o por qué no están presentes, los acerca y los hace sentir importantes; mandar un mensaje cuando no los vemos, preguntar por lo que el niño te ha platicado, dar peso a cada necesidad y sentir, da seguridad y confianza, valores que no se pueden despegar de la comunidad.
  • Ayudarnos cuando estamos en dificultades (esto abarca a alumnos, maestros o padres de familia). Una palabra de aliento, prestar oído, estar presentes, disponibles para todos. 
  • Comprender que no se trata solo de mí, sino que esta vida es para servir a otros.

En fin, podemos enumerar un sinfín de acciones que nos acercan y provocan comunidad, pero lo principal es vestirnos en amor, que es el vínculo perfecto, esto nos llevará a manifestarnos como hijos de Dios, de lo cual la misma naturaleza está expectante. 

El compromiso al que hemos sido llamados, se deriva directamente de hacer crecer a otros y atender sus necesidades, por lo tanto, vivir en aislamiento, atemorizados por lo que hay en el exterior o de lo que el otro pueda hacer, apaga sobremanera nuestro propósito y nos limita a ver solo por nuestros intereses. 

Trabajemos en comunidad, fomentemos comunidad, no solo para cumplir, sino para disfrutar la vida.



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