La voz de los niños

¿Qué me hizo darme cuenta que algo sucedía en mi interior cada vez que lo escuchaba? Era el sonido que provenía de la cuna.

El salmista lo describió de la manera más precisa: «De la boca de los niños y de los que maman fundaste la fortaleza».

Esa pequeña voz, frágil, indefensa, llena de inocencia, pero a la vez de fuerza, hace que bajes las defensas y detengas tus impulsos. Como un mágico toque, te hace recuperar la ternura y la esperanza.

Su textura, sus matices, su tono como un pequeño susurro, derriban la aspereza y la impotencia. Esa pequeña vocecita con su melodía te devuelve la esperanza. 

Son los misterios de Dios para tratar con nosotros.

Oírlos mientras crecen, mientras aprenden es la más grande riqueza.

Estar presentes cuando cambian sus preguntas, cuando sabes que están entendiendo la maravilla de la vida y lo inseguro de este mundo.

La vida se trata de darles espacio, de darles las palabras que les abrirán los caminos; qué el asombro y la pureza llenen su imaginación. Es construir su pensamiento con palabras nuevas llenas de significado. 

Es crearles la experiencia de madurar su voz y conectarla al tiempo y a la etapa de su vida.

Es mi voz uniéndose a la suya, mi tono uniéndose a su tono, mientras pasa ante nosotros el milagro de la vida.

La voz de los niños no puede ser apagada, ni puede ser un eco de tensiones, enojo, desconfianza. 

Debemos nutrirla de alegría, imaginación, gracia, fe y verdad, si no queremos ver derrumbada la fortaleza y la esperanza.

Volvamos a lo que dijo el Salmista: «De la boca de los niños y de los que maman fundaste la fortaleza».

Volvamos a dar lugar a la voz de los niños.

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