La solución para la crisis educativa que afecta a América Latina

Estamos a pocos meses de la revelación de los nuevos resultados de la Prueba PISA, una evaluación que arroja luz sobre la situación educativa a nivel mundial. Si no estás familiarizado con esta prueba, permíteme explicártela brevemente: PISA es el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos, realizado por la OCDE. Su objetivo es medir la capacidad de los estudiantes de 15 años para aplicar sus conocimientos y habilidades en lectura, matemáticas y ciencias para enfrentar desafíos del mundo real. Este programa se lanzó en el año 2000, y la última evaluación se realizó en 2018, con la participación de cerca de 78 países, incluyendo a México.

Los últimos resultados pintan un cuadro preocupante de la educación en América Latina que no ha logrado mejorar en dos décadas. Para entenderlo de manera simple, la prueba se califica con un máximo de 600 puntos, mientras que el promedio de los países de la OCDE ronda los 500 puntos. China lidera con 590 puntos, seguida de cerca por países avanzados como Japón, Canadá, Estonia, Singapur y Finlandia, con puntajes cercanos a los 520. En contraste, los países latinoamericanos ocupan las últimas posiciones, con puntajes que oscilan entre 336 y 430, incluyendo a República Dominicana, Panamá, Argentina, Brasil, Colombia y México.

La brecha entre los países latinoamericanos y sus contrapartes asiáticas y europeas es abismal y parece lejos de cerrarse. Estos datos ya son sombríos, pero el panorama podría empeorar, ya que se espera que los resultados de PISA 2023 reflejen el rezago educativo causado por la pandemia, lo cual afectará profundamente a los países latinoamericanos.

Estos resultados deberían preocuparnos profundamente, ya que estamos formando a niños y jóvenes que enfrentarán la marginación en un mundo cada vez más competitivo. Como el experto en educación Francisco Cajiao señaló: «Es una tragedia. Porque si nosotros no tenemos científicos ni producción intelectual, si no nos entendemos ni logramos tener democracias sólidas, América Latina seguirá exportando carbón.»

Las causas de estos malos resultados son diversas: sistemas educativos estancados y burocratizados, extrema desigualdad social, falta de acceso a la información, influencia de intereses políticos, planes de estudios obsoletos e ineficaces, entre otros.

Ante esta preocupante situación, ¿qué podemos hacer? ¿cuál es la solución? Si bien cambiar de manera radical y abrupta todo el sistema educativo de cada país es un desafío monumental, podemos llevar a cabo cambios significativos comunidad por comunidad, escuela por escuela, y estudiante por estudiante.

A pesar de que los modelos educativos independientes como hacer escuela en casa han proporcionado respuestas al rezago, no son suficientes para solucionar el problema de la educación, dado que la gran mayoría de los estudiantes todavía asisten a escuelas tradicionales. La respuesta y la esperanza residen en cada maestro y maestra. No se trata de luchar contra el sistema, sino de comprometerse con cada estudiante.

Para lograrlo, es fundamental comprender que la educación tiene como objetivo capacitar a los alumnos para que comprendan el mundo que les rodea, descubran sus talentos naturales y se desarrollen como individuos activos y compasivos en la sociedad.

Hay dos elementos clave que desempeñan un papel fundamental en el logro de este objetivo educativo, y si se ignoran o no se les presta la debida atención, cualquier esfuerzo por mejorar la educación estará condenado al fracaso. Estos elementos son el entorno en el que los niños aprenden y el maestro que los guía. En realidad, no tienen que ver con el método de enseñanza ni con grandes inversiones en tecnología.

No importa cuán impresionantes sean las instalaciones, cuán innovador sea el sistema educativo o cuánto dinero se invierta, si el entorno educativo no inspira curiosidad y creatividad en los estudiantes, todo lo demás carece de sentido. Lo mismo ocurre con el maestro, quien crea el ambiente educativo. Si la educación se trata de ayudar a los alumnos a aprender y desarrollar habilidades, entonces esta labor recae en el profesor. La relación entre el maestro y el alumno es la base de la educación, y el éxito del sistema depende de la calidad de este vínculo.

Los resultados de PISA no sólo reflejan el desempeño en ciencias, matemáticas y lectura, sino que también ponen de manifiesto la condición de los profesores y el entorno en el que enseñan. Cambiaremos el sistema cuando cambiemos nuestra mentalidad como educadores. En cada uno de nosotros reside la esperanza de América Latina.

¿Por dónde empezamos? Comencemos por construir entornos educativos saludables, comenzando en nuestros hogares. Creemos ambientes seguros donde prevalezca el respeto hacia el niño, eliminando cualquier forma de acoso escolar y fomentando la formación de vínculos socioafectivos que hagan que los estudiantes se sientan valorados y dignificados. Seamos maestros que impacten vidas y forjen futuros brillantes en nuestros alumnos. ¿Cómo lograrlo? Motivándolos, facilitando su aprendizaje, manteniendo expectativas positivas y brindándoles las herramientas para creer en sí mismos. Empezar por aquí marcará un cambio total en la vida de tus estudiantes.

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