La importancia de la disciplina

«El hombre es el ser más manso y divino si ha sido amansado con la verdadera disciplina; pero si no tuvo ninguna o fue equivocada, es el ser más feroz que produce la tierra». —Juan Amos Comenio

El año pasado tuve el privilegio de leer un libro que transformó mi perspectiva en muchas áreas. Escribo este artículo para compartir una de las que considero más importante para el proceso educativo: la percepción que, como docentes, padres de familia o personas involucradas en la educación, tenemos acerca del concepto «disciplina». 

El libro al que me refiero es Didáctica Magna de Juan Amos Comenio, mismo que recomiendo a todas las personas que trabajamos dentro del ámbito educativo. Les animo a leer más acerca de la vida y obra de este gran pedagogo checo. En Didáctica Magna Comenio inicia destacando el valor que tenemos los seres humanos como máxima creación de Dios. Me parece muy importante ubicarnos en ese entendimiento antes de comenzar con el tema de la disciplina porque si no tenemos la certeza de lo valioso que es un ser humano podemos caer en el engaño de que la disciplina es opcional en el proceso educativo o en algunos casos de alumnos ejemplares, pero esta idea está sumamente equivocada. 

Comenio expone que todos necesitamos disciplina para ser formados correctamente. Como muchos de los elementos que existen a nuestro alrededor —recursos naturales, por ejemplo— que deben ser trabajados para cumplir con el fin para el que fueron creados, los seres humanos debemos ser trabajados; necesitamos de la disciplina para formarnos y cumplir con nuestro propósito.

Algunos formadores, directores, padres de familia o alumnos pueden pensar que la disciplina es como cualquiera de los elementos dentro de un salón de clases, pero en realidad Comenio le adjudica un valor fundamental: la compara con el agua de un molino; sin agua el molino se detiene, no funciona. Igualmente, si no hay disciplina en un salón de clases todas las cosas empiezan paulatinamente a fallar y a decaer, por lo que sin ella los demás esfuerzos resultan inútiles.

No hay que inferir de esto que la escuela debe estar siempre llena de gritos o regaños; sino más bien debe estar colmada de vigilancia, respeto y atención, de parte de los que aprenden y de parte de los que enseñan. Por lo tanto, todo docente debe conocer el fin, la materia y la forma de la disciplina para que no ignore por qué, cuándo y cómo debe emplearse. Tener esto claro le permitirá también establecerlo con toda transparencia para sus alumnos y que, de esta forma, el ambiente del salón esté bien regulado bajo pautas que todos conocen, comprenden y aceptan; así será como un molino funcional. 

 

¿Cuál es el objetivo?

Para valorar correctamente la disciplina debemos iniciar comprendiendo cuál es su verdadero objetivo: la disciplina, según Juan Amos Comenio, no está motivada por la gravedad del acto cometido en sí, la disciplina se da para evitar que el alumno vuelva a extralimitarse. De manera que su principal objetivo es regresar al alumno al camino correcto; no «darle su merecido», por así decirlo. Por esta causa, cuando el docente necesita ejercer disciplina debe hacerlo motivado por esa verdad: el castigo no está enfocado en el acto negativo del alumno, sino en cómo yo, formador, puedo evitar que mis estudiantes crean que lo que hicieron es correcto y que pueden seguir haciéndolo toda su vida sin recibir consecuencias. 

Pareciera que la anterior es una afirmación evidente, pero ¿quién de nosotros no vivió una experiencia en la que el maestro ejercía disciplina más como una venganza personal que como un acto de amor verdadero? Y si no lo vivimos en el ambiente escolar, quizás en nuestra formación en el hogar sí lo experimentamos o lo entendimos de esta forma. Los principios de los que estamos hablando son aplicables al correcto ejercicio de la disciplina en cualquier ámbito.   

 

¿Cómo?

Este punto nace del anterior, si yo llego al entendimiento de que mi acto de disciplina no está motivado por «darle su merecido» al alumno, sino por guiarlo, es evidente que dicha disciplina debo emplearla sin pasión, ira u odio. Comenio expresa que debe haber tal candor y sinceridad en el acto de corrección que el mismo que lo sufre se dé cuenta de que se aplica en su provecho y proviene del amor paternal que por él sienten los que le dirigen. Por lo tanto, el individuo disciplinado debe aceptarla como se toma la medicina amarga que el médico receta: un proceso desagradable, pero justo y necesario para su beneficio, crecimiento y provecho. 

En Didáctica Magna podemos leer que la disciplina más rigurosa debe emplearse para corrección de las costumbres, pero entonces ¿qué actos debemos corregir? Las muestras de irreverencia, blasfemia, soberbia, altanería, envidia o pereza. 

 

¿Por qué?

El porqué tiene todo que ver con el objetivo que ya planteamos: se ejerce disciplina para guiar al alumno en el camino correcto. Por lo que los actos que mencionamos deben castigarse ya que definitivamente lo llevan fuera de éste, socavan virtudes como la obediencia y la humildad, además de que dificultan y retardan el aprovechamiento de los estudios. Comenio lo resume refiriendo que en todo momento la disciplina debe dirigirse a mantener la reverencia respecto a Dios, la afabilidad para con el prójimo y la constancia en los trabajos y ocupaciones de la vida.

En un próximo artículo expondré algunos de los métodos que el autor menciona que podemos usar para aplicar correctamente la disciplina en el aula; pero espero que este artículo contribuya a generar un enfoque correcto acerca de la disciplina en el ámbito escolar. Así que cerraré reafirmando puntos principales acerca de este enfoque adecuado de la disciplina:

  • No es opcional (de esto hablaremos un poco más en el próximo artículo, en la segunda parte de este tema). 
  • Su principal objetivo es regresar al alumno al camino correcto; no «darle su merecido».
  • Debe emplearse sin pasión, ira u odio. La persona que experimenta la disciplina debe darse cuenta de que se aplica en su provecho y proviene del amor.
  • Debe emplearse la disciplina más rigurosa para corregir las costumbres: las muestras de irreverencia, blasfemia, soberbia, altanería, envidia o pereza.

Bibliografía:

Amos Comenio, Juan. (2018). Didáctica Magna. México: Editorial Porrúa.



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