Educando con amor

En ocasiones como padres de familia, maestros o adultos en general, pasamos por alto la importancia de nuestros niños y nuestra labor de servirles con honra y amor. 

¿Cómo nutrirlos en amor? ¿Cómo amar a nuestros pequeños prójimos?

Con respeto. La educación con amor no se refiere a que el niño no conozca los límites, sino que los tratemos con respeto. Reflexionemos cómo les hablamos y nos acercamos a ellos, qué entorno y vínculos les ofrecemos. ¿Es seguro? ¿Es sano? ¿Lo acerca más a Dios? ¿Lo incita a aprender?

Con empatía. A veces cuando empezamos a ser educadores olvidamos lo que era ser niños. Es importante ponernos en sus zapatos y considerar qué es lo que estamos aportando en su crecimiento y cómo lo estamos haciendo. ¿Ustedes recuerdan a aquel profesor que los impulsó a seguir sus sueños? ¿O al que les dio una retroalimentación sana? ¿Qué hay de aquel que los reprendió y no supo cómo hacerlo con amor?

Con corrección amorosa. Es necesario hacernos preguntas que nos hagan reflexionar para poder crecer junto con ellos, considerar que corregir a los pequeños no es algo malo, pero siendo conscientes de que nuestro vocabulario y forma de reaccionar tienen un efecto en los niños, ya sea de forma negativa o positiva. Podemos verlo en un ejemplo muy sencillo, cuando un bebé se encuentra aprendiendo a dar sus primeros pasos y resbala, su reacción depende del entorno en el que está, ¿qué es lo primero que hace? Voltea a ver a su mamá. Si ésta se exalta el niño puede asustarse y llorar, sin embargo, si permanece en calma y le brinda seguridad mientras el pequeño está aprendiendo éste se levanta y lo vuelve a intentar. Así deberíamos de verlo en el salón de clases o en casa, nuestra reacción es importante para ellos, sobre todo cuando se están formando. 

Con intencionalidad. El tener un propósito muy claro es fundamental, honrar a nuestros niños durante su educación y crecimiento es parte de esto. No es darles clases por cumplir, es prepararse, brindarles nuestro apoyo y estar comprometidos a una mejor calidad en su desarrollo.

Con libertad para equivocarse. Cuando les damos un espacio de seguridad, y les hacemos saber y sentir que pueden errar, preguntar, equivocarse, podrán aprender de ello. Las consecuencias son parte de la vida y el crecimiento, pero nuestra reacción permite hacerle saber al pequeño que está bien equivocarse para así poder analizar, incluso ellos mismos, dónde fue el error. No hay por qué avergonzarse de aún no saber.

Con la oportunidad de sentir curiosidad y experimentar. Quizás aplicarlo en nosotros tampoco estaría mal. Para poder errar y aprender el pequeño tiene que experimentar, y si él se siente seguro de que tiene un guía, que le explicará y enseñará, permite que pueda abrir sus horizontes y explorar más acerca de sí mismo y su entorno.

Con buena comunicación. Esto es lo que une todos los puntos anteriores. Nuestra forma de hablar demuestra si tenemos interés en ellos, si nuestra corrección o explicación viene desde el amor, si pueden sentirse seguros con nosotros para aprender libres de críticas o burlas.

Reflexionemos acerca de nuestra forma de enseñarle a los más pequeños, ¿desde dónde viene? Si nuestra perspectiva de ellos no es desde el amor y la honra ¿podemos considerar que los vemos como creación de Dios? No sólo estamos llamados a amar a nuestro prójimo, sino también a enseñarle a los niños, no podemos hacerlos a un lado cuando Jesús dijo: «Dejen que los niños vengan a mí; no se lo impidan, porque el reino de los cielos es de quienes son como ellos». Mateo 19:14 (NVI). 

Tenemos que verlos como Dios los ve y debemos preguntarnos: ¿Qué quiere lograr Dios con cada niño? ¿Con qué propósito se me puso aquí como guía? Hay que poner en práctica los valores que queremos que estos pequeños aprendan, fomentar su crecimiento y reconocer su potencial. Todo desde el amor.

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