Criando hijos que aman aprender

«El trabajo del maestro no consiste tanto en enseñar todo lo aprendible, sino en producir en el alumno amor y estima por el conocimiento» John Locke.

Los padres amamos ver crecer a nuestros hijos y, en ese proceso, no hay nada que disfrutemos más que el hecho de que sean capaces de vivir una vida llena de aprendizajes significativos. Esta tarea, sin embargo, puede parecer demasiado abrumadora cuando la tenemos de frente. Aunque, en realidad, podemos ser los mismos padres quienes la hagamos mucho más sencilla. ¿De qué manera? Sembrando constantemente en ellos un amor por aprender. Este amor por el aprendizaje no tiene que ver estrictamente con el contenido académico, sino con la vida. Si lo consideramos con calma, uno siempre puede seguir aprendiendo cómo ser mejor amigo, cónyuge, cocinero, creativo y también, padre de familia.

Hoy quisiera compartir contigo tres maneras en que podemos desarrollar en nuestros hijos el amor por el aprendizaje:

1.  Usa el juego como aliado.

Esta herramienta suele ser la más fácil de proveer y la que con más naturalidad se le da a los niños. Existen diferentes maneras en las que el juego puede convertirse en un excelente aliado. Una de ellas es el juego libre, en donde quien lo lidera es el niño. Este tipo de juego es magnífico para entender qué sucede en el interior de nuestros pequeños, no sólo emocionalmente, sino en sus intereses y aficiones. De este modo, como padres, podemos proveer de más experiencias que enriquezcan su aprendizaje. Te invito a que lleves a tus hijos a su parque favorito; deja que ellos dirijan la actividad y observa cómo se organizan, qué imaginan, qué reglas ponen y cómo interactúan con su entorno.

También existe el juego dirigido, en donde hay reglas, un orden y alguien que lo monitorea. En estas circunstancias el aprendizaje también se da, pues el niño aprende a seguir instrucciones, tomar turnos, entiende que unos ganan y otros no y, dependiendo del juego elegido, se pueden practicar conceptos matemáticos, espaciales e incluso emocionales. Una actividad de juego dirigido puede ser recolectar algunas piedras, palos y hojas. Con ellas, se le puede pedir a los niños que formen caras que reflejen diferentes emociones. Como complemento de esta actividad, se pueden elaborar algunas preguntas como las siguientes: «¿Qué cara pondrías si hoy fuese tu cumpleaños?» o «¿cómo te sentirías si alguien te asustara?» o, «¿qué sentirías si se arruinara tu juguete favorito?».

Las bondades del juego, no importando cómo se dé éste, son amplísimas: favorece la actividad mental y física, la integración de los niños con sus pares y con los adultos, les da la posibilidad de cometer errores y aprender de ellos, e incluso aplicar de modo práctico conceptos teóricos que, de otra manera, deberían ser memorizados. Recuerda que el juego no es un tiempo robado del «verdadero aprendizaje»; más bien es un espacio donde nuestros hijos pueden aprender libres de presiones y llenos de oportunidades.

2. Crea oportunidades.

Los padres de familia podemos generar un ambiente de constante aprendizaje en casa cuando nosotros mismos exploramos nuevas actividades por hacer y nos exponemos a algo en lo que no somos expertos. Uno de mis lugares favoritos para esto es la cocina, no importando si los hijos son pequeños o incluso adolescentes, ¡la cocina es un excelente lugar para el aprendizaje!

En la cocina se pueden tener experiencias de muchos tipos: sensoriales para los más pequeños, al usar semillas o masas; matemáticas, al pesar, medir, contar o cortar; artísticas, al decorar galletas o un pastel; e incluso de historia o geografía cuando compartimos de dónde viene la receta que estamos preparando o quién fue el primer familiar que la hizo.

Está de más decir que la cocina no es el único espacio donde estas oportunidades se pueden dar. Puedes pedirles a tus hijos que apoyen con las tareas de la casa como sacar la basura, alimentar a las mascotas o regar las plantas. También puedes invitarlos a que te acompañen en tus pendientes; esto les abre las puertas a conocer cómo funciona el mundo. Llévalos de compras al supermercado, al banco o permíteles ver cómo el plomero arregla algo en casa.

Y, por último, no hay mayor oportunidad para aprender que cuando se hacen preguntas, déjalos preguntar libremente. Tus hijos desean aprender de ti y lo hacen al ver tus reacciones, al escuchar tus explicaciones y también cuando les dices que no conoces la respuesta, pero que juntos pueden investigar.

3.  Desarrolla la conexión con tus hijos.

Un factor clave para el aprendizaje es el ambiente relacional en el que este se da. Si deseamos que nuestros hijos amen aprender, debemos brindarles un espacio de apertura, calidez y amor para que esto suceda. En el día a día los padres solemos pasar una buena parte del tiempo atendiendo a los hijos; sin embargo, en pocos momentos nuestra atención está exclusivamente dirigida a conectar con ellos. A pesar de que cada familia tiene una dinámica distinta, en cada una de ellas se pueden separar espacios de tiempo para, con calma, estrechar la relación con los hijos. Algunos ejemplos de cómo puede suceder esto son: separando un tiempo para jugar juegos de mesa después de la comida; teniendo un tiempo de lectura diaria antes de dormir; dando paseos en el parque para platicar; o teniendo sesiones de horneado de galletas el fin de semana. Estos tiempos son excelentes oportunidades para escucharlos, verlos interactuar, o hacerles preguntas con la intención de conectar y conocerlos; esto los hará sentir especiales y amados.

La paternidad es un ejercicio de balance constante entre la inmensa responsabilidad confiada por Dios de ser quienes cuidan, proveen e instruyen a los niños y la gracia que el Señor nos da para nosotros mismos aprender junto con ellos. Es una mezcla entre correr con perseverancia la carrera que tenemos por delante (Hebreos 12:1-2) y recordar que no depende de nuestro deseo o esfuerzo, sino de la misericordia de Dios (Romanos 9:16). Por amor a nuestro Dios, esforcémonos como papás para criar hijos de manera notable, mientras que descansamos en que, aun en nuestros errores, Él cuida de nosotros como padres y de ellos, como sus hijos amados.

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