Pensamos que el conocimiento conseguiría un ser humano ideal. Pensamos que bajar la guardia, no ser autoritarios nos haría tener mejor acceso a nuestros alumnos. Pensamos que más información, más métodos modernos producirían el máximo desarrollo humano.
Sin embargo, en medio de los más grandes avances tecnológicos y descubrimientos, jamás había habido más ignorancia. Jamás había habido tanta falta de entendimiento. Jamás se había multiplicado la violencia, la avaricia, como en esta época. Las personas se han convertido en el negocio más lucrativo que existe.
¿Por qué no atrevernos a creer que podemos lograr un verdadero cambio? Hacer a un lado tantas invitaciones y modelos de un mundo caótico, en crisis, resquebrajado, y poner cimientos reales. Reconsiderar la fuerza de los valores, del carácter, de la justicia, del conocimiento, de la fe, del temor de Dios.
¿Por qué no atrevernos a creer que una formación integral lo cambia todo? Hombres y mujeres a través de la historia invirtieron su vida en lo que en realidad importa: formar seres buenos y justos, llenos de inteligencia y sabiduría; los que buscan el bien de los demás.
Les costó persecución, despojo, destierro, despojo e incluso la muerte. Justicia siempre implica guerra.
¿Quién les enseñará que la justicia y la verdad siempre triunfarán? ¿Quién irá con ellos y les acompañará cuando tengan que levantarse? ¿Quién les enseñará cómo responder cuando sean traicionados? ¿Quién les enseñará que las palabras importan? Que las utilicen de manera escasa, clara, que abra la imaginación y las probabilidades.
La educación se da en el coraje, en la valentía, en la determinación, en la fe. El mundo está esperando lo real, lo auténtico. Si es alcanzable, lucharán por ello.
¡Debemos ganar esta batalla! ¡Debemos vencer la ignorancia!
«El principio de la sabiduría es el temor de Dios». Proverbios 1:7.
«En quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento». Colosenses 2:3.
