Conociendo la mente humana para enseñar mejor

¿Alguna vez has hablado con tus padres o abuelos sobre su experiencia en la escuela? Por lo general, sus recuerdos están llenos de nostalgia por su niñez, pero también de historias difíciles de creer acerca de los métodos de enseñanza de su época. No hace tanto tiempo que los maestros ejercían abuso de poder y miedo en sus alumnos para «motivarlos» a aprender. Ha pasado aún menos tiempo desde aquellos días en que la memorización de información se valoraba más que la comprensión de conceptos. Lamentablemente, es algo muy nuevo el considerar los aspectos sociales, emocionales y psicológicos del proceso de aprendizaje de los alumnos. 

En años recientes, he observado un incremento en el interés por la psicología, la neurociencia y el desarrollo cognitivo, no sólo en el ámbito educativo, sino en todo lo que respecta a nuestra vida diaria y nuestra manera de ver el mundo. Los niños de estas nuevas generaciones se verán sumamente beneficiados del interés hacia estos temas, pues han despertado la curiosidad de muchos adultos, haciéndolos reflexionar en las maneras en qué podemos mejorar nuestro trato a otros, e impactando la manera en que enseñamos.

Durante el último año, mi equipo y yo hemos investigado acerca de la manera en qué aprendemos desde pequeños y los cambios que colectivamente debemos hacer para ayudar a nuestros alumnos a aprender más efectivamente. Cinco de los puntos que para mí han destacado acerca de la mente humana que han transformado mi manera de ver la enseñanza, son los siguientes:

  1. Tendemos a subestimar a los niños. Dehaene (2018) en su libro ¿Cómo Aprendemos? menciona cómo todos los circuitos de un cerebro adulto se encuentran ya presentes en el cerebro de un bebé, contrario a lo que podríamos pensar. Conforme el niño aprende cosas nuevas, se van creando nuevas conexiones a partir de esos circuitos ya existentes. Esto da un giro completo a la perspectiva que muchas veces tenemos de los niños, pues, aunque la mayoría de las cosas son nuevas para ellos, no significa que no tengan la capacidad para entenderlas o llevarlas a cabo con la guía adecuada.

 

  1. El aspecto emocional influye más de lo que creemos. Carol Read, en su conferencia sobre la Autoregulación y Autonomía en los Primeros Años en el BBELT 2024 (British Council), habló sobre la importancia de enseñar a los niños a valorarse a sí mismos y a ser conscientes de los demás. Esto los va a ayudar a ser más seguros y a mostrar respeto hacia otros. El enseñarles a manejar sus emociones, a ser disciplinados, a entender su estado de ánimo no sólo es útil en el salón de clases, sino que es una habilidad que les va a beneficiar el resto de sus vidas, aún cómo adultos lejos de un salón de clases.

 

  1. Mentalidad de crecimiento. Este concepto, acuñado por la psicóloga Carol Dweck, está cambiando el mundo de la enseñanza. Cuando se nos presenta una situación difícil o no alcanzamos los resultados que esperábamos, por lo general, nos sentimos tristes y no nos quedan ganas de volverlo a intentar. Pensamos que nuestras capacidades o inteligencia no son las suficientes para lograr tal objetivo. Pero, es aquí donde nuestra debemos cambiar de un rotundo «no puedo» a un simple todavía. «Todavía no lo logro, pero con el esfuerzo, la dedicación, el estudio, la práctica, y/o el tiempo lo voy a lograr». Enseñarle a pensar así a un alumno puede llevarlo a lograr cosas que jamás imaginó y puede cambiar el curso de su vida.

 

  1. Las calificaciones no son un reflejo de la inteligencia. Los exámenes, o cualquier tipo de evaluación o calificación, están hechos para el maestro, para saber si hay problemas en la comprensión de ciertos temas o indicarle qué cambios deben hacerse a lo largo del curso. Desafortunadamente, por muchísimos años hemos fomentado el pensamiento colectivo de que una calificación define nuestra inteligencia. Por lo tanto, debido a una mala calificación, la percepción de nuestros alumnos se ve afectada y se crea un estrés innecesario con respecto a las evaluaciones. Es nuestra responsabilidad entender y hacer a otros entender que nuestras capacidades no se ven reflejadas en un número.

 

  1. La curiosidad es una herramienta muy poderosa. Dehaene (2018) menciona que uno de los pilares del aprendizaje es el compromiso activo. Para lograrlo debemos: a) evitar la pasividad en clase. Uno de los aspectos que vuelven nuestras clases aburridas, sin importar cuán interesante sea el tema que enseñemos, es el no permitir a los alumnos participar e involucrarse de manera activa y sentarlos a escuchar solamente; b) fomentar la curiosidad. Si nuestros métodos de enseñanza permiten a nuestros alumnos observar y explorar los temas por su cuenta (aunque con nuestra guía), vamos a fomentar la curiosidad y por lo tanto, hacer crecer su deseo innato de aprender.

 

Tal vez el saber que antes no se consideraban estos aspectos en la enseñanza nos puede parecer increíble. ¿Cómo es posible que no se tomara en cuenta el ambiente en el cuál un alumno está aprendiendo? ¿Cómo esperábamos que niños en situaciones difíciles o con malas experiencias académicas tuvieran un desempeño académico similar al de niños en circunstancias más positivas? Claro, parece obvio, pero no siempre lo fue. ¿Y cómo es que llegó a ser obvio? Gracias a aquellos docentes e investigadores que no se conformaron con la manera establecida de educar, aquellos que vieron fallas y decidieron buscar la causa y encontrar la solución. Es aquí donde vemos claramente la importancia de seguir aprendiendo y capacitándonos como docentes, padres, líderes. Pues al aprender a enseñar, no sólo les transmitimos conocimiento, sino que estamos cambiando su mundo entero.

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