En las páginas de un antiguo libro, se despliega un paisaje urbano del futuro. Rascacielos titánicos alcanzan las nubes, mientras vehículos voladores trazan líneas de luz en el cielo nocturno. La narrativa describe con asombroso detalle dispositivos portátiles, descubrimientos científicos extraordinarios y una red global de información al alcance de todos.
A los ojos de todo el que pasaba a su lado, no era más que un modesto objeto, empapado en olvido, relegado en una iglesia de Irlanda. La pintura, cubierta de capas de suciedad y barniz oscurecido, había perdido su esplendor original.
Sólo habíamos corrido medio kilómetro cuando mi respiración ya anunciaba que esto, mi salida nocturna a correr, había sido una muy muy mala idea. «¿Por qué correr se considera un deporte en primer lugar?», pensaba mientras me seguía lamentando por mi terrible condición.
Yo soy el Dios de tus padres. Soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Al oír esto, Moisés se cubrió el rostro,
